Nuestro estado de ánimo nos afecta en todo, en cómo tratamos a las personas, cómo rendimos en el trabajo... y también cuando nos sentamos al volante. Conducir estresado nos hace comportarnos de una manera que aumenta el riesgo de accidente y también el consumo.
Ya te contamos que ahorrar y conducir de forma eficiente es más una actitud que una técnica. Si cuando conducimos relajados y con tiempo de sobra para no ir estresados somos capaces de ahorrar combustible, parece obvio pensar que, si nos sentamos al volante estresados, vamos a gastar más, y así es. El estrés nos va a hacer conducir de forma más agresiva, lo cual va a disparar tanto el consumo de combustible como las probabilidades de tener un siniestro.
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Cuando estamos estresados o de mal humor cambia nuestro comportamiento, nuestra actitud y, sobre todo, cómo nos comportamos con los demás. Una frase que en una situación normal no te molestaría de repente te la tomas como una ofensa tremenda, todo te lo tomas a mal, etc. Bueno, pues al conducir nos sucede lo mismo. Nos volvemos más agresivos, intransigentes, bruscos… y todo eso afecta al consumo de combustible y a nuestra seguridad.
Cómo conducimos cuando estamos estresados
Cuando estamos en un estado de crispación, tendemos a ser más vehementes. Contestamos de manera brusca, nuestras reacciones son desproporcionadas… Esto se traslada a nuestra forma de conducir en varios malos hábitos:
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- Somos más bruscos: tendemos a salir de los semáforos apurando como en una carrera y también a frenar más tarde y con más intensidad. Esto aumenta mucho el consumo de combustible, así como el desgaste de los frenos y neumáticos.
- Reducimos la distancia de seguridad: el coche nos crea una falsa sensación de seguridad y superioridad. Cuando estamos nerviosos, enfadados o estresados, tendemos a conducir más cerca del coche que nos precede. Además de aumentar el riesgo de colisión, esta actitud puede provocar que nos multen.
- Revolucionamos más el motor: parece que eso de que nuestro pulso se acelere hace que también aceleremos más el coche y tardamos más en pasar a la siguiente marcha. Esto aumenta el consumo. También puede incrementar el desgaste del motor y de otros componentes de la mecánica.
- Perdemos las buenas maneras: cuando estamos alterados todo nos molesta. A ese que está tratando de salir del estacionamiento, normalmente, lo dejarías que se incorporase, pero hoy no. Vas a acelerar para arrimarte bien al de delante y que no se cuele. (Quizá pienses que vas a perder tu posición en el campeonato de neandertales y cosas así…) Estas actitudes provocan situaciones de riesgo, además de aumentar nuestro estrés y contagiárselo a los demás.
- Bajamos la guardia: aunque nos sentimos muy activos y «acelerados», en realidad tenemos la mente centrada en otras cosas que no son el tráfico. Esto nos hace cometer más errores. Incluso podemos dejar de percibir situaciones de riesgo, aumentando la posibilidad de ser protagonistas en un accidente.
- No respetamos las normas de tráfico: apuramos al ver el semáforo en ámbar, circulamos a más velocidad de la permitida (especialmente en ciudad), no señalizamos las maniobras… Todo esto nos expone a ser sancionados, además de que también aumenta el consumo de combustible y el desgaste de la mecánica del coche.
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Por lo tanto, el estrés nos pasará doble factura…
Teniendo en cuenta todo lo anterior, vamos a ver por qué nos cuesta más dinero hacerlo y, aunque sólo sea por ahorrar, tratemos de evitarlo:
- Aumentamos el consumo de combustible.
- Aumentamos el desgaste de los neumáticos y los frenos.
- Tratamos peor el coche y lo exponemos a más averías.
- La mayoría de estas actitudes al volante conllevan multas graves de más de 100 euros y la pérdida de puntos del carnet.
Coge la calculadora y decide si te merece la pena 😉
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